jueves, enero 24, 2008

Para creer en ellos.

La dinámica de la vida nos pone frente a su parte ingrata y a su parte grata con relativa frecuencia y, por lo general, la parte grata nos compensa a veces imperceptiblemente y otras veces, con evidentes hechos cargados de buena onda que nos permiten tener esperanza de que el mundo tendrá días mejores.

En el post ¿Te costaba tanto? (se pueder más abajo en este blog) hacíamos la referencia a un joven indolente ante la limitante física de una pasajera y como su actitud fue fuertemente atacada, en particular por mi persona en aquella oportunidad. Es que de alguna manera los chilenos, siempre tan buenos para callarnos las cosas y no actuar, hemos dado pequeños pasos para rebelarnos ante ciertas situaciones y gradualmente, comenzamos a aprender a decir las cosas por su nombre ¿porqué digo esto?.

Hoy al retornar a mi casa, subí al metro en Plaza de Armas, el vagón no iba l
leno, pero todos los asientos estaban ocupados. Frente mí, una señora parada con un niño en sus brazos durmiendo. Ella quizás, pensando que es una lata el hacer valer su derecho de reclamar uno de los asientos reservados para mamás (postura casi extendida en todos nosotros).

Completaba el panorama la habitual desidia entre los que la observaban y los que se hacían los dormidos ¿y de la palabra gentileza? ¡nunca más se supo!. Entonces, entre los testigos silenciosos que íbamos de pie, aparece un muchacho de aproximadamente 25 años (en la foto), con pachorra y se dirige primero a la señora con el niño y a continuación, actúa, camina unos pasos hacia el sector de asientos y con firmeza y correctamente solicita que alguien le ceda el asiento a la señora. Entre los que se hacen los sordos, los dormidos, un señor reacciona atentamente al pedido y la madre puede acomodarse con el niño.

En este corto relato, no puedo menos que pensar en lo valeroso de este joven, no le dije nada, y estuve a su lado mientras él charlaba con un amigo, enfrascados ambos en un diálogo fresco y sobrio acerca de temas que les unían. La actitud de este muchacho, pensé, gratifica y nos abre los ojos, porque tendemos a pensar que en el espectro joven hay más pobredumbre que lo contrario, pero un análisis levemente más profundo, nos hace concluir que la juventud de buena clase es abrumadoramente mayoritaria. La esperanza que tenemos es que esa mayoría es la que vale y a veces es la que menos se nota. Injustamente hay personas que tienden a establecer una suerte de parangón con el público de un estadio, el 95% de los asistentes tiene comportamiento ejemplar y los menos destruyen, lo que queda es la generalización de que el público es malo.


Esa imagen no podemos traspasarla a la vida diaria, por ningún motivo. El ejemplo de este muchacho, seguramente se multiplica en forma silenciosa y generosa. Un buen signo para acrecentar nuestra confianza en aquellos que, como él, herederán la misión de hacer de nuestro país un mejor lugar para vivir para las futuras generaciones.


Saludos.